Necesito el mar, necesito la montaña.
Y tras el mar y el monte, ya de vuelta en la ciudad.
Alguien me dijo hace unos días que, con la montaña recorrida en las últimas semanas, podría incorporar en mi blog una sección de rutas. Y, seguramente, es una buena idea, pero pensándolo más detenidamente me doy cuenta de que ya lo es. Es un blog de rutas, no de montaña sino de rutas sobre la vida y, en lo esencial, no hay mucha diferencia.
En la montaña descubres cosas sobre el miedo, el esfuerzo, el compañerismo, la libertad y el riesgo. Aprendes a valorar la realidad, a calibrar tu capacidad para afrontar los contratiempos y refuerzas habilidades que te llevan a ser como quieres ser, como siempre deberías haber sido. Atravesar neveros, andar en las alturas, enfrentarte a la climatología y a los cambios inesperados o repentinos son elementos comunes a la montaña y a la vida. Y por ello, es esencial saber perder el miedo al miedo y valorar lo que de verdad importa.
Los objetivos son necesarios ya que hay que saber hacia dónde se quiere ir, pero es en el camino donde se encuentra la verdadera esencia.